jueves, 4 de julio de 2013

Relato nº 21




Nada como la seda


A los ojos de quien entraba por vez primera a la hilatura, aquella chimenea se encendía con troncos de madera de nogal, piñas, pañuelos y ramas. A los ojos de quienes iban con frecuencia a la cocina de Cristina Peciña, aquella lumbre ardía con quesos franceses, bombones belgas y joyas de Sudamérica que enviaban duques y marqueses para conquistar a la virginal propietaria.
La hilandera Peciña no alardeaba de su castidad y tampoco se ofendía cuando el resto de mujeres cuchicheaba por lo bajini si despreciaba, con mucho salero, a hombres por los que ellas hilarían hasta escocerles los dedos. Cristina arrojaba al fuego los regalos que le traían y volvía de nuevo a coger su huso para rematar el ovillo en la devanadera.
Aunque, en realidad, nunca se armó tanto revuelo entre los presentes como el día en el que Songo’o llegó a la hilatura, con el pelo enmarañado y la piel oscurecida por varias generaciones de ojos de cacao y cuerpo de carbón castaño. Songo’o preguntó por la hilandera ante el asombro de viejos resabiados y chismosas, que imaginaban un desplante ejemplar. En cambio, a pesar de que se sabía que Cristina era contraria a las costumbres del momento, nadie se esperó que aquella noche gritaran como locos los hierros de su somier solo porque el invitado de color negro abriera su maleta y dijera: “seda buena, mejor seda de África Occidental”.

Seudónimo: Miguel Lora (Zaragoza)


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