jueves, 4 de julio de 2013

Relato nº 68



Aracne

Llegó al pueblo bastante entrado el invierno. Se instaló en la casita que habían dispuesto para ella, era acogedora, limpia, quizás un poco fría. No divisó la escuela, le extrañó porque acostumbraba a estar cerca de su residencia. Mientras acomodaba la ropa, una vecina se presentó y le comunicó que esa noche en su casa hilarían, estaba invitada.
Imaginó mil cosas: ¿Sería tejer? ¿Bordar? ¿A qué llamarían hilar en pleno siglo XXI? Su mente no paró de idear y acabó haciendo conjeturas de lo más disparatadas.
Pensó en llevar algún presente, no tenía tiempo para preparar nada, miró las maletas y tomó una botella de vino de su tierra ¡Perfecto!
Al golpear aquella puerta un escalofrío le recorrió la espalda. Entró y vio a una estancia en penumbra. Los contornos se dibujaban en el contraluz de las ventanas, la luna llena iluminaba con su fugaz resplandor una habitación en la que se adivinaban una decena de personas. Se pusieron en pie, ella creyó que la saludarían pero algo comenzó a pegarse en su piel, por los movimientos parecían vomitar sobre ella ¿Qué estaba sucediendo? Pronto el pánico se apoderó de sus sentidos, no podía moverse. La botella de vino que ya no sujetaba seguía pegada a su mano. Sintió cómo la trasladaban y pudo entrever una especie de almacén lleno de… ¿Crisálidas?
No eran crisálidas, era el alimento para las crías que estaban por nacer.


Autora: Mª Isabel Martínez Montoro (Cartagena)

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