CUENTO

Santiago Velasco Maillo

Nadie en el valle sabía de dónde surgía aquella niebla. Los senderos, el rio, los arroyos, incluso los árboles estaban desvaneciéndose en ella. “Esto es cosa del Nubeiro”, afirmó el concejal de medio ambiente. “Qué va, esto huele a la Barbarona”, porfió la concejala de cultura. “No, si será culpa de Benito Perales, que está metiendo al valle en su morral”, zanjó la señora alcaldesa fulminando con la mirada a sus compañeros de corporación. El concejal portavoz de la oposición, levantando tímidamente la mano, preguntó con voz agitada: “¿Se han tocado las campanas para espantar la niebla?”. La alcaldesa, al borde de un ataque de nervios, replicó: “Pero, por Dios, eso solo funciona con las tormentas”, y propuso la creación de una comisión que se adentrase en la niebla para analizar “in situ” el enigma. La propuesta fue aprobada por unanimidad. Ahora había que debatir sobre cuántos y quiénes formarían la comisión. Mientras, la niebla iba cubriendo también al pueblo… era como si el valle se estuviese borrando del mapa. “Pero, si el valle desaparece, ¿dónde van a vivir las truchas, o las ardillas, o los pájaros?”, preguntó la niña antes de quedarse dormida.

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