VI Concurso Microrrelatos "El Roblón"

La Asociación Félix de Martino de Soto de Sajambre convoca el VI Concurso de Microrrelato "EL ROBLÓN" de acuerdo a las siguientes bases




A continuación podéis leer los relatos finalistas de la VI edición del concurso. Nuestro jurado compuesto por las gemelas Laly y Gelines del Blanco Tejerina ha trabajado duro en la selección de estos textos. La elección no ha sido fácil puesto que se han visto en la tesitura de dejar fuera relatos que también hubieran podido ser merecedores de un sitio en el podio. Muchas gracias a las dos por vuestra dedicación y por la ilusión, maestría  y empeño que habéis puesto en ello.
Por nuestra parte, esperamos que todos los que leáis estos relatos los disfrutéis tanto como los hemos disfrutado nosotros.  Gracias por leernos y enhorabuena a nuestros diez finalistas:

-NOTA INFORMATIVA
El relato "Las palabras pendientes" ha perdido la condición de finalista por no cumplir la condición prevista en la base 1 del concurso.




El silencio de la experiencia
Autor: Adrián Osorno


Al principio nadie estableció un nexo causal de los hechos.
Todo empezó con casos fortuitos en aldeas recónditas. Más tarde se extendió a los pueblos, donde tres o cuatro vecinos de cada municipio sufrían la misma suerte. Después se atrevieron con las ciudades, haciendo que un puñado de personas fueran vaporizadas al amparo del anonimato proporcionado por la sobrepoblación.
Las autoridades lo negaron, pero el patrón continuó durante meses, repitiéndose exponencialmente a cada día que pasaba. Al final fue un hecho innegable: los mayores estaban despareciendo misteriosamente.
Las denuncias se amontonaban sobre los despachos de las comisarías sin que ni un solo policía, inspector o comisario pudiera dar consuelo alguno a sus familiares.
Pasaron los años hasta que la Tierra solo estuvo habitada por cachorros asustadizos. Fue entonces cuando llovieron las postales. Millones de fotografías de rostros arrugados, los desaparecidos. Junto a ellas también llegó el ultimátum.
En el mismo se exigía la mitad del agua terrestre. Ningún terrícola estaba tan avezado en política o diplomacia como para tratar una cuestión tan compleja. Aquellos sucios estrategas nos habían neutralizado robándonos el legado de nuestros abuelos.
Solo pudimos satisfacer sus exigencias con la esperanza de recuperar a nuestros seres queridos.



Nunca pasa nada
Autor: Antonio Toribios


La noche en que lo conseguí  sentí una gran alegría y, enseguida,  una oscura inquietud. Llevaba muchos meses intentando arreglar la vieja radio del abuelo. En los pocos ratos que me dejaba mi trabajo, me encerraba en el ático y me sumergía en un mar polvoriento de lámparas, válvulas y condensadores. Era una manera como cualquier otra de olvidar mi amargura. Esa noche escuché emocionado los silbidos agudos que no oía desde niño. Moví la rueda del dial –París, Londres, Moscú, Copenhague– y nada, hasta que emergió aquella voz: “…y el enemigo está rebasando las defensas de la ciudad”. Parecía un parte de guerra. Tardé varios días en conseguir localizar de nuevo la emisión. Las voces eran aún más alarmantes. Los invasores estaban ya por todas partes. Seguí con mi vida. Trabajo y más trabajo, y los niños los fines de semana que tocaba, pero no podía olvidarme de esas ondas hertzianas amenazadoras. Hace dos domingos, estaba a punto de acostarme y volvió a suceder, pero esta vez solo eran gritos y disparos. Apenas tuve tiempo de bajar precipitadamente al sótano, y aquí estoy. No sé qué haré cuando se acaben las últimas ratas.



New Age
Autor: Miguelángel Flores


Un día se murió el último abuelo del pueblo. Tenía noventa y nueve años. A partir de entonces se quedaron sin viejos en la vida. Inmediatamente se cambiaron los nombres de las calles, que se habían mantenido por respeto al que acababan de enterrar. Se renovaron los escaparates y farolas. Se pintaron las fachadas con colores imposibles. Los rústicos bancos de piedra fueron sustituidos por otros de metacrilato y aluminio. El empedrado por alquitrán. La estatua de bronce del fundador  se fundió, creándose con ella una escultura, sin pies ni cabeza, que era, decían, una alegoría del futuro. El campanario fue recortado, para que ya no pudieran anidar las cigüeñas. Y con la campana forjaron un “Welcome” en letra “Comic Sans” y se colocó a la entrada del pueblo, que quedaba muy chic. Al río, a su paso por la zona, le añadieron un tinte en magenta, con matices diversos e irisados. Y, por supuesto, se prohibieron los geranios, aspidistras y agapantos en público.
Cuando quisieron bautizar el pueblo con un nombre nuevo casi sin vocales, que diera lustre en cualquier mapa, se encontraron con un problema administrativo: nadie recordaba, absolutamente nadie, cómo se había llamado hasta entonces.



La casa del cruce
Autora: María Fraile


   La puerta del camposanto gimió como becerro recién parido, la última vez que se abrió fue hace tres años cuando vinieron a enterrar a Juana.  Estuvieron dos horas antes de encontrarle un sitio bajo los brezos, algunos dudaban de que fuera el cementerio aquella tierra llena de malas hierbas y sin muertos aparentes. Y es que aquí nadie viene a visitar a los suyos, los entierran como si fueran de otros. Por eso, los muertos en este pueblo están más muertos que cualquier otro difunto, porque pasan al olvido antes de morirse. Yo ni siquiera les dije que Juana no era de por aquí, que era  de por allí arriba, de detrás del cerro pero que se había ido a vivir a la casa del cruce porque la señora Faustina nunca volvió de las eras y era un desperdicio abandonar una casa sin goteras. Tampoco les dije que era Juana a la que enterraban, allá ellos si ni siquiera conocían ya a su propia madre o a su pariente, quién sabe. Por no decir, no dije que no estaba muerta. Los inviernos son recios por aquí y ya no tengo edad para andar cambiando tejas.



Herederos
Autora: Mei Morán


A tía Lucía un cobertizo, los corrales y los apriscos vacíos para dar cobijo a sus numerosas penas. Las ovejas descarriadas de los prados de arriba quedan en manos de Zoilo, el hermano de mi madre. Como no llegó a ser cura, se le confía el rebaño. Las viñas de parras generosas, con uvas de ambrosía serán para Carmela que es abstemia. Violeta, jardinera por naturaleza, cuidará el rododendro, la jacaranda, los narcisos. El albacea lee línea a línea los designios del abuelo. Hay muecas de fastidio y un girar de ojos contrariado. Todos esperan saber el destino de la fortuna de familia traída de ultramar, las acciones, las joyas, las mansiones. Pero al testamento le quedan pocas frases. Solo consejos sensatos y una noticia; que no habrá dinero, que la riqueza es la tierra, para los que la trabajan, los aplicados. Y la suerte para los agraciados. El escribano complacido cierra la carpeta. A mí me deja unos atolladeros, lodazales de invierno, escollos, barrancos, e impedimentos y una nota de advertencia: Si consigues salir de esos abismos puedes estar satisfecho.



Blanco y Negro
Autor: Ignacio Jones


El ambiente era insostenible. Otra vez el abuelo y el nieto enzarzados en una pelea dialéctica. Ya llevaban varias horas de enfrentamiento, y de nuevo todo comenzó tras la comida familiar. La tensión entre ellos era evidente. El más veterano acusaba al joven de precipitación e improvisación, de ir saltando como un caballo sobre los obstáculos del terreno. El chico en cambio acusaba al más talludo de ser exageradamente reflexivo, rutinario y tozudo como la solera de una torre. Dos generaciones contrapuestas, cara a cara. Una gota de sudor caía por la frente del abuelo, mientras que la pierna nerviosa del joven no dejaba de repiquetear en la mesa. El agotamiento por la contienda se plasmaba en los rostros desencajados. Los dos esperaban con impaciencia el momento de asestar el mazazo definitivo, capaz de tumbar al más poderoso de los reyes. Los demás miembros de la familia contemplaban como peones el desenlace con desespero. La abuela pedía piedad, el padre reclamaba calma.
Un rápido movimiento de mano del abuelo avanzó el alfil sobre el tablero.
Jaque mate.
Los contrincantes sellaron la paz con un abrazo y continuaron la apacible tarde familiar con un campeonato de petanca.



Añagazas
Autor: Rafael Olivares


Tendría alrededor de cuatro años cuando empezó a suceder. Después de la última cucharada, mi cuerpo empezaba a disiparse hasta tornarse completamente invisible. A continuación,  debía permanecer callado para no desvelar mi presencia porque mi voz sí se oía y cualquier sonido descubriría mi presencia y mi ubicación. Lo más difícil era contener la risa cuando tomaba un objeto y lo desplazaba ostensiblemente a otra parte del cuarto, al ver el gesto de asombro de mi abuelo. Su cara de sorpresa provocaba mi diversión. Solo ante él se producía este fenómeno mágico y era el único que conseguía que siempre me lo comiera todo. Ahora les ocurre a mis nietos.



De cómo hacer magia con las palabras
Autora: Dolores Asenjo


A mis ojos infantiles la cama de la abuela era una cama de reina, altísima, forjada en hierro negro y con adornos dorados. Me costaba encaramarme a ella, pero cuando lo conseguía no quería bajar. Siempre tenía el pelo recogido en un tirante moño. En su rostro surcado de arrugas, similares a las que muestra la tierra en un año seco, destacaban sus ojos muy vivos. Cuando la abuela comenzaba sus relatos sus ojos chispeaban. Tenía una voz cantarina, llena de matices. Sus manos de dedos largos y delgados también intervenían y ejercían un poder casi hipnótico sobre nosotros, sus nietos. No recuerdo las tramas, ni los personajes pero sí la sensación mágica de evasión. Tenía una facilidad innata para encadenar adjetivos con sustantivos formando cadenas precisas y preciosas de palabras. Eran las voces de los adultos, llamándonos para merendar, las que nos sacaban del mundo tan especial al que ella nos había llevado. Volvíamos apresurados a su lado con el bocadillo entre las manos.
¿Cuánto de ella hay en mi afán de ensartar palabras para crear collares multicolores?
¿Cuánto en mi ilusión de conseguir historias mosaico colocando las adecuadas teselas?



De ratones y hombres
Autora: Eloína Calvete


Está muerto. Ya no hay marcha atrás. Lo he conseguido. Llevaba días detrás de él, pero era endiabladamente escurridizo. El fastidioso roedor campaba a sus anchas por la vetusta biblioteca de la mansión. No tenía modo de echarlo. Yo no quería matarlo. Habría convivido con él sin mayor problema si se hubiera trasladado a cualquier otro lugar de la casa; pero no, él insistía en hurgar entre los libros y roer, roer todo lo que tenía a su alcance. Roía las hojas más blandas y las tapas más duras; no le hacía ascos a nada. Aun así, no me decidía a eliminarlo de manera drástica. Tomé la aciaga decisión cuando encontré mordisqueadas mis Obras Completas de Platón. Esa absoluta falta de respeto no podía dejarla pasar. Esos tomos eran mi más valioso legado, pertenecían a mi familia desde hacía generaciones. ¡Maldito roedor! Sin más dilación, investigué sobre venenos y coloqué unas bolsitas de color rosa con ‘bromenosequé’ por toda la biblioteca. El ratón ‘libricida’ no supo resistirse.  Y ahora está muerto. Yo no quería matarlo. Habría convivido con él sin mayor problema si se hubiera trasladado a cualquier otro lugar de la casa.



Servidumbres
Autora: Belén Sáenz


 Un azucarillo diluido en agua. Así se desvanece la infancia hasta que luego el tiempo nos la posa con mano piadosa. Quizás por eso me he acordado hoy de Ramona bamboleando su contorno bizcochado por el pasillo hacia la luz de la tarde. Ramona, grande. Ramona, regazo. Trae el peinador recién planchado y el agua de violetas de París. La abuela está en la galería, de espaldas a la alameda, las canas lavadas como cidra hilada. Las tenacillas humeantes van trazando bucles, caracolillos y ondas. Sin permiso para traspasar el umbral, me imagino muchos años después sentada en esa misma silla baja mientras Ramona me riza el cabello. La ilusión se alejó con ella y su maleta por la calle de la Estación. No hubo adioses. Entonces la abuela puso en mis manos los artefactos de peluquería con una mirada de miel seca en las avellanas de sus ojos. Alardeaba yo de este legado solemne en mi juventud e impericia; un legado que desbarataron, entre risotadas, las palabras de la cocinera. Que Ramona adornaba la cabeza a la abuela, que al abuelo le prestaba otros servicios. Pero esa es otra historia que no quiero contar.







14 comentarios:

  1. Feliz de estar aquí por tercer año consecutivo, mucho. Además acompañando a unos cuantos amigos y conocidos. Qué ilusión, Rafa, Mei, Belén, María...

    Abrazos encadenados

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    1. Enhorabuena, me alegra mucho coincidir contigo y con más amigos en este concurso entrañable. Besos.

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  2. Feliz y agradecida de formar parte de este grupo de finalistas.

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  3. Dichosa, como Miguelángel. Un placer estar ahí con tantos amigos!

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  4. Encantado de aparecer por aquí y coincidir con Miguelángel, Belén, Mei y María. Felicidades a todos y mucha suerte.

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  5. Ahí estamos, entre tanto bueno... Que Dios reparta suerte. En todo caso siempre podemos vernos bajo las bellas cumbres de Sajambre.

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  6. Pero qué buenos sois, mira que lo habéis puesto difícil!!!!!!
    ENHORABUENA a todos.
    10 besos.

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  7. Enhorabuena por el impulso que das a la expresividad de los sentimientos mediante la palabra. Laly, algún día se reconocerá. para bien, tu esfuerzo. Me alegro

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    1. Muchas gracias por este precioso comentario, Fernando.
      Beso grande

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  8. Sorprendida y feliz de estar en estar en esta lista de finalistas.

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  9. Mi más cordial ENHORABUENA a Mei Morán y Miguelángel Flores.

    Y cariñosos saludos para todos desde Sevilla.

    Hasta pronto.

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  10. Mis favoritos: Rafa Olivares, Miguelángel Flores y Belén Sáenz, pero suerte a todos.

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  11. Excelente ramillete de historias. Felicidades a los finalistas, a la organización y al jurado.
    Larga vida a este concurso tan preciado.

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  12. Enhorabuena a todos los finalistas!!
    Me han dejado boquiabierto sobretodo Nunca pasa nada y la casa del cruce.

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